lunes, 15 de junio de 2009

En la austera alcoba, Krimilda se removía en el lecho, alertada por la mezquina luz de un ventanuco que caía a pleno sobre su cara. Sigfrido la contempló hasta que ella abrió un ojo, luego otro y al fin sonrió, serena.
Desde que habían celebrado las bodas, se acostumbró a ver su señor, ya levantado, aguardando a que ella despertara.
-No quiero perderme ni un minuto de ti- le dijo él, justificando su tierna espera.
-Y yo no quiero despertarme un día y que tú no estés a mi lado. No podría soportarlo.
Y al decir esas palabras, un escalofrío involuntario le recorrió el cuerpo. Durante tantos años se negado al amor de los hombres, y a la pasión que su belleza provocaba, que ahora esos tiempos le parecían remotos recuerdos de otra vida. Ella no podía vivir sin los ojos de su amado.

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