lunes, 1 de junio de 2009


¿No podemos volver al jardín? No importaba el color, la apariencia o la raza. Sólo importaba compartir la mitad de una galletita y acceder a jugar con los juguetes de la salita.
Todos se mostraban reales, las cosas que incomodaban eran dichas y lloradas. El juego y las risas eran constantes, casi eternos.
Si alguien nos gustaba, lo decíamos a veces con timidez, a veces sin inhibición. No esperábamos nada a cambio.
Los pintorcitos cuadrillé nos hacían ver a todos iguales y en los bolsillos guardábamos lo que servía para juego y que con el tiempo se convertiría en recuerdo.
Si había 10 nenes dispuestos a hamacarse y sólo 3 de ellas libres, nos turnábamos esperando balancearnos y mientras la espera continuaba ayudábamos a nuestros compañeros haciendo que lleguen cada vez más alto.
No nos preocupábamos por los problemas. No teníamos, todo era juego y diversión. Jugar a trabajar, jugar a estudiar, jugar. Lo verdadero era problema de grandes.

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